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sábado, 5 de marzo de 2011

Reformismo agazapado






De la tragedia a la farsa

Cuando uno trata de caracterizar cuál es la mirada actual sobre los acontecimientos aparecidos en la Argentina post 2001 y sale de la coyuntura lo primero que aparece es la consigna que se gritaba en pleno 2001 “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Una consigna que gritaba enfervorizada la clase media argentina porque le habían tocado lo más sagrado: su capacidad de consumo. En las calles filas y filas de pequeño burgueses: empleados administrativos, de comercio, profesionales, estudiantes universitarios en un solo grito con sus cacerolas (significativo para una clase para la cual la comida ocupa un lugar importante para su distinción) se “radicalizaban” descreyendo de los representantes que ellos mismos habían colocado en los dispositivos de poder por medio del “voto democrático” y que en esos días los hacían sentir defraudados. Era el argentinazo, la clase media se había corrido a la izquierda.

¿Quién podría devolverles el paraíso perdido?, para que sus vidas pudieran volver a transcurrir dentro de su normalidad rutinaria: trabajo, sueldo o contrato, ongs, pymes o Estado aguinaldo o comisión, vacaciones o viajes de trabajo, escapadas de fin de semana, shoppings, i pods, i phones, i pads, blackberries, autos, etc., eso sí pero devolviéndoles la posibilidad de ser progresistas.

A brillar mi amor

En Alemania de la década del `30 los empleados alemanes vivieron un proceso de precarización laboral en medio de la arremetida del neoliberalismo. Sigfried Kracauer nos dice: un gran proceso de racionalización proletarizó a la pequeña burguesía alemana, aunque su grado de autoreconocimiento era sesgado por el brillo que se había producido en la ciudad de Berlín, cuna de este proceso de construcción de clase media pauperizada, obnubilada por las luces de la diversión racionalizada: grandes tiendas, pubs, lugares de baile y campos de deporte que producían un proceso de despolitización.

Ese brillo en la Argentina de la pizza y el champagne, opacado por el corralito, vía devaluación, resurge junto al oxímoron “estamos condenados al éxito” y a partir de allí llegó el reencuentro con el paraíso perdido. El brillo vuelve a acompañar a los argentinos a través del teatro de marionetas. Estamos en un año electoral donde la tragedia vuelve a aparecer como farsa. Ya se empieza a repartir la posibilidad de brillar: 50 viviendas por acá, aumentos de los salarios más bajos por allá, netbooks, comisiones, negocios y los discursos: algunos terminan en un tirón de orejas, otros que intentan mostrar a partir de “estadísticas blancas” que la inseguridad bajó vía el accionar de un ministerio, otros que haciendo hincapié en encuestas nos cuentan que no hay dudas el camino está allanado para que la pequeña burguesía se quede tranquila con la posibilidad de seguir brillando y en el camino del progresismo del SG XXI: sus derechos humanos a salvo.

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